sábado, 13 de febrero de 2010

"...y comieron perdices".

Creo que he visto demasiadas películas. Sí, demasiadas películas de amor, de esas en las que, al final, siempre se encuentran, siempre se entienden, siempre se necesitan, siempre son felices y comen perdices. Sí, sin duda, he visto demasiadas. Pero me alegro de haberlo hecho. Quizás me hubiese ahorrado unos cuantos portazos en las narices, quizás hubiese abierto antes los ojos para ver que no, que lo que yo veía no era lo que había, quizás...
Pero, ¿quién me quita a mi lo bailado? nadie. Porque en cada baile aprendí algún paso nuevo, algunos fueron más difíciles de aprender que otros, pero los aprendí. No es que ahora el efecto "película de amor" se haya esfumado, es más bien que he aprendido a mantenerlo al margen, aunque de vez en cuando me pida a gritos asomar la cabecita. Pero, sucede que con cada paso de baile que he aprendido, también he ido poniendo un ladrillo (o dos) al muro del romanticismo, de los sentimientos. Y como cualquier muro que se precie, ha llegado a tener un aspecto bastante sólido. Esto se traduce en andar con pies de plomo, en "hasta que no lo vea no me lo creo".
En definitiva, lo que hay no es más que miedo, a perseguir algo y darme de bruces, a enseñarte lo que hay un poquito más allá y que decidas marcharte.